Nuestro verdadero cuerpo es el cosmos entero


Entrevista con la maestra zen Ariadna Dosei Labbate

CATÓN EDUARDO CARINI, publicado en buddhistdoor.net

La maestra Ariadna Dosei Labbate, nacida en Argentina en 1969, practica el zen desde el año 1988 en la Asociación Zen de América Latina, una organización creada por el maestro francés Stéphane Kosen Thibaut, discípulo del reconocido maestro japonés Taisen Deshimaru, a fin de transmitir el zen en esta parte del globo. En febrero de 1992 recibió la ordenación de monja y en abril de 2015 la certificación como maestra zen (shiho) de la mano del maestro Kosen, convirtiéndose en la primera maestra de esta escuela budista en la Argentina. A lo largo de su trayectoria, la maestra Dosei fue secretaria y traductora de su maestro y fundó centros de práctica (dojos) en Uruguay y Argentina. Actualmente, es responsable del Templo Shobogenji (Capilla del Monte, Córdoba) y dedica su actividad a la difusión de la práctica del budismo zen a través de la realización de conferencias y retiros de meditación. Fue una de las disertantes en el 8vo encuentro «María Cher, mujeres que inspiran», llevado a cabo en la Rural de Buenos Aires.

Catón Carini: ¿Cómo fue tu encuentro con el zen?

Ariadna Dosei Labbate: Mi encuentro con el zen fue a los diecinueve años. No sé si yo me encontré con el zen, o si el zen me encontró a mí, o si nos topamos de alguna manera. Me parece que intuitivamente estaba buscándolo. A los trece años mi hermana mayor falleció y eso me generó un cambio radical en la vida, me puso en una urgencia con el vivir, y siento que instintivamente estaba buscando ese encuentro con el zazen (meditación zen). En la adolescencia había encontrado un libro sobre el budismo mahayana en la biblioteca de mi casa, que me había impactado un montón. Después, a los 19 años, yo entrenaba en un lugar de teatro antropológico y el director nos dio una cantidad grande de bibliografía, y estaba ese libro muy bonito que es El zen en el arte del tiro con arco de Eugen Herrigel, y en ese mismo lugar un amigo me invitó a una iniciación al zazen. Y yo, que hacía millones de cosas, me quedé sentada quieta diez minutos en la postura de zazen y no lo pude creer. La postura de zazen me atravesó y dije «bueno, acá me quiero quedar». Al inicio me fue muy difícil, miraba alrededor y decía «¿cómo el resto puede y yo no?» «¿cómo puede ser que una no pueda estar tranquila dentro de sí misma?». Y después conocí a mi maestro Kosen y fue una gran revolución en la práctica.

CC: ¿Cómo explicarías a alguien que no conoce en qué consiste el zen? ¿Cuál es su filosofía y su práctica?

ADL: Para mí, fundamentalmente, el zen es zazen. Es simplemente sentarse en el centro de una misma, en el seno del cosmos, con todas las existencias del cielo y de la tierra e, inconscientemente, naturalmente y automáticamente volver a la raíz, a nuestra verdadera naturaleza, que está más allá del tiempo y del espacio, más allá de la vida y la muerte, y abrazar nuestro verdadero cuerpo que es el cosmos entero. Es esta experiencia que, en realidad, nos parece muy mística y muy alejada de nosotros, pero es completamente natural, es nuestra condición normal. El zazen o el zen es un patrimonio de la humanidad, es algo que trasciende el budismo, y que pertenece al cúmulo del conocimiento humano.

CC: ¿Qué cambios generó en tu vida?

ADL: Creo que, fundamentalmente, me permitió vivir la vida a fondo. Frente a esta urgencia que yo tenía por vivir y entender qué es esto de estar viva, qué es la experiencia de la existencia, frente a esta urgencia que era mucho más de lo que mi cuerpo me permitía albergar, me permitió encauzar mi energía vital, y aprovechar el tiempo que estoy acá.

CC: ¿Cómo fue que te convertiste en maestra zen?

ADL: La verdad que nunca pensé que me iba a convertir en maestra zen y nunca practiqué en función de ello. De alguna manera, la práctica me tomó visceralmente, me interpeló y me generó una gran revolución en la vida. El vínculo con el maestro Kosen fue fundamental, porque tuve muchas crisis durante esos años, cuestionamientos profundos en relación a la práctica, las demandas, los formatos. Y cuando me quise dar cuenta pasaron veinte o veinticinco años de ese vínculo con Kosen. Era su secretaria, y estaba encargada de crear las mejores condiciones para que enseñe cuando venía a la Argentina. Igualmente, me sorprendió cuando Kosen me dijo que iba a entregarle el shiho a cuatro mujeres, y que una de ellas era yo. Me sorprendió y hasta me dije «no sé si quiero» (se ríe). Pero bueno, aquí estamos, tratando de entender de qué se trata todo esto.

CC: ¿Cómo es tu vida cotidiana? ¿Vivís en un templo como monja?

ADL: Estoy una parte del tiempo en mi casa del pueblo (Capilla del Monte, Córdoba) y otra parte en el Templo (Shobogenji, situado a unos cinco kilómetros de distancia, en la falda del cerro Uritorco), así que subo y bajo. Ahora vivo con mi hija, que en pocos días cumple veinte años. Después, entre los Campos de Verano de Argentina y de Europa (períodos de practica donde se reúne la sangha por más de un mes para practicar meditación), las sesshines (periodos de practica intensa, de dos días a una semana), y los días que estoy en el Templo Shobogenji, creo que finalmente paso la mitad del tiempo en relación al zen, y la otra mitad viviendo en mi casa ocupada con mi trabajo profesional. Yo resueno profundamente con la transmisión de Taisen Deshimaru y Kodo Sawaki, quien fue el primero que sacó el zen de los templos y lo empezó a transmitir a los universitarios. Sensei Deshimaru dijo que los monjes tenían que estar mezclados con lo social, y a mí me hace profundamente sentido eso, y me gusta vivir el budismo desde esa transmisión de Kosen. Siento que no hay contradicción, y que es una oportunidad de desmitificar esto de que para el satori o para la vida religiosa hay que estar en la montaña, estar aislados. Creo que estar en la montaña, en la naturaleza, es una experiencia maravillosa, que enseña muchísimo. Que poder estar concentrado en una sola cosa es una gran suerte, pero que también es importante conocer otras cosas y abrazar las contradicciones. Me parece que es una experiencia creativa enorme. En el último tiempo estoy tratando de entender cómo organizarme energéticamente como para poder practicar y al mismo tiempo trabajar. Soy astróloga y durante muchos años me dediqué al coaching en grupos de trabajo, en empresas y en organizaciones de todo tipo. Después, como quise empezar a viajar menos, dejé mi trabajo en las empresas y me empecé a dedicar más a la astrología, así que actualmente vivo sobre todo de la astrología. Y me da mucha libertad tener una relación con el zen sin vivir del zen. Eso me gusta, me gusta mucho. Sentirme libre y cuando quiera me voy, no hay nada que me ate más que mi propio deseo de corazón de estar ahí, de entregar mi energía vital ahí.

CC: ¿Qué relevancia tiene la perspectiva de género en el zen? ¿Cuáles son los principales cambios que has notado en la situación de las mujeres en la sangha?

ADL: En realidad, el verdadero zen está más allá de género, tiene que ver con el ser humano como tal, entonces está más allá de hombres y mujeres. En relación a la sangha de Deshimaru, y a la transmisión de Kosen, en ese sentido, me parece que hay dos distinciones, una tiene que ver con la transmisión de Kosen y otra con el contexto cultural. Hay algo del contexto cultural que nos atraviesa a todos y a todas, como hombres y mujeres que hemos crecido en él, más allá de si es en Europa o acá en la Argentina. Hay algo que nos construye culturalmente, con lo cual estamos en una fuerte crisis, por suerte. Esta crisis se expresa en lo social, se expresa en nuestras relaciones, en nuestros vínculos afectivos. En relación a nuestra sangha, nuestra comunidad, nosotros practicamos algo muy abierto, que intenta evolucionar. Por ejemplo, en relación a las tareas y las responsabilidades somos muy abiertos y versátiles. Se puede ver que en los últimos veinte años ha cambiado realmente. Hay mujeres shusso (responsable de la educación en el dojo, mano derecha del maestro zen durante un período de retiro), hay mujeres tenzo (responsable de la cocina, una posición de gran prestigio en el zen), hay mujeres maestras, hay hombres que hacen de «campanita» en el dojo (persona que toca este instrumento ceremonial), que antes era una función limitada a las mujeres. Al limpiar los baños y esas cosas jamás hay distinciones de género, en el samu (trabajo voluntario realizado con el espíritu del zen) hay mujeres que agarran el pico y la pala. La responsable del Templo Shobogenji es una mujer y nadie cuestiona eso. O sea, en ese sentido no hay una cuestión distintiva y eso ha sido mucho más claro en los últimos años. Nosotros, o por lo menos mi generación, recibimos de Kosen, que a su vez recibió de Deshimaru, una educación muy samurái, que tiene un aspecto bastante ligado a lo masculino.  Y eso es algo que ha evolucionado y cambiado. Si hablamos de ying y yang, podemos decir que en los últimos años todo se ha vuelto mucho más ying.

CC: ¿Qué cosas consideras que aún deberían mejorar o cambiar?

ADL: Hay algo que está en la psiquis colectiva que tiene que ver con lo cultural. Me parece que la escucha está más disponible cuando la palabra viene de boca de un hombre que cuando viene de boca de una mujer. Esa fue mi experiencia al comienzo de mi labor como maestra zen, fue mi experiencia directa, en el cuerpo, de darme cuenta que tenía menos libertad de acción, menos espacio, menos aceptación y no juicio que la que tiene un maestro zen hombre. Creo que es algo cultural, que determina lo que cabe o no cabe esperar de una mujer. De lo que se acepta o no se acepta. Eso fue una gran enseñanza para mí porque era una realidad que no la había visto tan clara antes. Fue una gran enseñanza, todo lo que te viene son espacios de crecimiento. Me fue muy interesante ir entendiendo cómo esta herencia cultural, que es muy antigua, nos formatea la experiencia. En estos años yo siento que hay que hablar de las cosas que tenemos naturalizadas, y que son invisibles, que nos formatean la escucha, la interpretación. Este formateo cultural tiene que ver con lo masculino, con esta exacerbación de lo masculino como valor, donde resolvemos las cosas desde la lucha, la fuerza o la exclusión. A mí me parece interesante donde está yendo la sangha, y las evoluciones no son lineales, nos sostiene el zazen fundamentalmente.

CC: ¿Cuáles son los principales retos que un budismo inclusivo debe enfrentar?

ADL: Creo que, más allá del budismo inclusivo, la cuestión tiene que ver con los prejuicios, y todos y todas estamos llenos de prejuicios. Cuando no es una cosa con relación al género es una cosa en relación a las propias identificaciones, a qué entra dentro de mi mapa mental y qué no. Tiene que ver con los prejuicios, ese es el problema, y los prejuicios son de todos los órdenes. En los últimos años vivimos en una cultura del delivery y el zapping, del consumo en nuestros cuerpos. Son experiencias que nos construyen incluso a nivel celular. Hay una desvalorización de la cultura del esfuerzo como un espacio de aprendizaje. El trascender los propios límites como espacio de aprendizaje. Hay poco espacio para el caos, y el caos es una dimensión sumamente creativa. Entonces en relación a lo inclusivo, creo que lo inclusivo tiene que ver con todo tipo de prejuicios, más allá de los géneros. Me parece que lo que pasa entre los hombres y las mujeres, los femicidios, son el síntoma de mucho dolor y frustración de ambos lados. Hay que tener una mirada sistémica.

CC: ¿Tenes algún consejo u opinión para la crisis sanitaria actual?

ADL: Para mí el concepto de salud no está separado del resto. El zen me dio toda otra cosmovisión en relación a la salud y la enfermedad, a la vida y la muerte. Lo interesante de este momento es que se está poniendo todo patas para arriba y vamos a ver colectivamente qué podemos crear. Desde la pirámide patriarcal lo que nos proponen es un callejón sin salida. Tenemos que parar, realmente tenemos que parar de depredar. No es normal una estructura social donde una sola persona tenga miles de millones de dólares y haya alguien famélico al lado. Es una locura total, y no es normal que esto a la población le parezca normal. Entonces tenemos que darnos cuenta de que es la organización social la que genera enfermedad, sufrimiento, dolor. Y tenemos todo para vivir en el paraíso. Es un cambio de consciencia, y para mí lo que posibilita el zen es volver a la condición normal, a la raíz, a lo natural, a lo orgánico, a lo justo: la noche y el día, el invierno y el verano, los ciclos. Las cosas tienen que circular. Los seres humanos tenemos un nivel de desconexión con la tierra, que es nuestro cuerpo, que es la que nos da nuestros alimentos. Tenemos un nivel de desconexión importante, y esto es lo que nos enferma. La naturaleza tiene una inteligencia maravillosa, tenemos que aprender de esta inteligencia y trasladarla a lo humano y a lo social. Hay que seguir el orden cósmico, como decía Sensei Deshimaru con gran poder de síntesis.

CC: ¿Qué puede aportar el zen para superar la crisis más amplia a nivel ecológico, político y cultural?

ADL: Yo creo que tenemos que volver a la condición normal, volver a conectar con lo básico, con nuestro cuerpo y nuestra respiración. Decimos «nuestro verdadero cuerpo es el cosmos entero», y un porcentaje mínimo de la población mundial sabe eso, lo cual habla de una profunda ignorancia. Entonces hay que volver al cuerpo y a la respiración, a esa sabiduría, y crear desde ahí, resolver desde ahí y entender las bases sistémicas de la vida desde esta conexión. Es un problema de raíz, hasta que no dejemos de depredar, las cosas no van a cambiar. La relación que tenemos con la tierra es como de autofagia, como caníbales, porque hay un nivel de locura muy importante. Hay un montón de prácticas maravillosas que podemos estudiar y profundizar, que no tienen que ver con el zazen, pero creo que el zazen es la vía abrupta, va al corazón, sin artificios, sin demasiada explicación, es directo: sentarse, estirar la columna, respirar debajo del ombligo y quedarse quieto. Es encarnar con una fuerza impresionante la propia dimensión búdica… tus células no se olvidan nunca de esa experiencia. Y me parece que estamos viviendo en un momento social único, como si estuviéramos en un canal de parto, y creo que la práctica del zazen es algo que puede colaborar enormemente en esa crisis social que estamos atravesando, en lo que decía Sensei Deshimaru, en relación a cómo culturalmente estamos volcados hacia nuestro cerebro izquierdo y disociados de nuestro cerebro derecho, del corazón, de nuestro cuerpo. Y que la dificultad que estamos viviendo socialmente y culturalmente tiene ese origen. Entonces creo que realmente el zazen puede devolver esa condición normal a las personas y de ahí crear otra trama social.